Así son todos con los que el día 1 de Noviembre nos encontramos en el camposanto.
Desde el más anciano al más joven, todos. Uno por el mal de moda, se decía. Aquel de accidente. Ese se suicidó. Tú tío de enfermedad. Cada uno se fue a su manera, porque hasta en eso somos diferentes; los que quedamos lo hacemos llenos de rabia, impotencia, llanto, dolor… mucho dolor y vacios… muy vacios.
Visitas silenciosas, lágrimas contenidas, oraciones; Al dejarme, quedó un espacio infinito de momentos, vivencias y siempre recuerdos, muchos recuerdos que hacen que muchos días en el silencio de casa, del hotel, de la carretera, del despacho me parece que está ahí. Y van pasando los años, y vuelvo. El mismo dolor, las mismas lágrimas, los mismos recuerdos. Parece que no ha pasado más que un instante, aún recuerdo su voz, sus broncas, mi vida junto a él, pero no le tengo y a veces me ha hecho mucha falta, le hablo, me contesto, le pido, me da. Esa fuerza está ahí, acompañando muchas decisiones vitales.
Así es, nacemos, vivimos y cuando morimos creo que dejamos el mayor legado… recuerdos.
Solamente si el paso por la vida ha sido grato con el prójimo y sosegado con uno, devolverá recuerdos y menciones para los que quedan, lo contrario provocará indiferencia o desdén.
Esa remembranza hace que mantengamos el contacto con ellos, y fieles a la tradición cada uno de Noviembre, se repite el rito de visitar a nuestros Difuntos. Por lo menos un día al año, vayamos, llenemos de flores el cementerio, oremos. Los otros trescientos sesenta y cuatro días, son ellos quien desde donde estén nos guía. Porque todos Ellos para cada uno de nosotros son Nuestros Santos.
"No me resigno a que, cuando yo muera, siga el mundo como si yo no hubiera vivido" (Pedro Arrupe)
lunes, 3 de noviembre de 2008
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