martes, 2 de marzo de 2010

METIDOS EN HARINA

Carnaval, además de ser una de las épocas más divertidas del año, por lo lúdico de los desfiles y charangas, pasa por tener unas entrañables reuniones, la mayoría de los casos, de las mujeres de la casa.

Las Madres expertas, y las más jóvenes, muchas veces por curiosidad y otras veces por “echar una mano”, se preparan para realizar unos postres, que aún tenemos en nuestras mesas y fogones estos días.

Orejas, Torrijas, Flores. ¿Saben de qué hablo, verdad? Con azúcar, con canela, con miel; a gusto del consumidor.

El componente principal de todos estos platos, es la harina, que es lo que provoca el juego de lanzar un pellizco al que está enfrente dándole al rulo, a la hora de extender la masa. Además se utilizan huevos, ralladura de limón, leche, aceite, azúcar, todo ello bien batido primero y después, en caso de las orejas, “manoseado” para conseguir una bola de masa panadera de color amarillento que después, estiraremos para después cortarla en las porciones individuales (mejor inmensas) que llevaremos a la sartén para freírlas y llenar los grandísimos barreños, ahora de plástico, pero antes se metía en los de barro, o en calderos, o en...

La otra sobremesa son la flores, que es la misma fórmula que la de las orejas u “hojuelas” –llámenlas como quieran-. Las flores se hacen con la magistral mezcla, lo que ocurre que no hay que dejar espesar cuando se está mezclando, y ese líquido, que echaremos en un bol, después empaparemos este líquido un molde de acero (inoxidable) en forma de flor –de ahí su nombre- y de ahí a la sartén con el aceite bien caliente (cuidado).
En cuanto empiece a freírse, se soltará del molde y después se deberá vigilar que no se tueste o queme.

Las Torrijas, necesitan menos trabajo, pues se basan en unas rebanadas de pan, empapadas en una mezcla de leche, azúcar, un toque de vainilla que después rebozaremos en huevo y pasaremos por la sartén evitando que se “hagan” mucho, pues deberán quedar presentadas, doraditas y esponjosas.

Al final de todos estos dulces y entretenidos postres –light- los pondremos en la mesa, con diferentes maneras de aderezarlos.
Como les dije casi al empezar, la miel, el azúcar y la canela son los mejores acompañantes de estos riquísimos aliados del Carnaval, que menos mal que los que somos de pueblo, aún sabemos la fórmula y que debemos procurar nuestros hijos se lleven en su recuerdo, para que cuando sean padres hagan lo mismo que hicieron los nuestros con nosotros y así darle continuidad a lo tradicional de nuestra cultura pueblerina, como es la gastronomía. Y el que no tenga pueblo, que se fastidie porque las de la tienda de debajo de casa no saben ni se disfrutan igual.

Métanse en harina que una tarde en compañía de la abuela y de los hijos, bien merece la pena.

Moisés Busnadiego.

HAYA PAZ

Haya paz.

No sabe de leyes, pero sí de paz. Un hombre bueno. Sus decisiones… pura intuición, aplicada a la costumbre y los usos del pueblo. ¡Qué mejor Cátedra!

Agricultor, ganadero, no tiene importancia su oficio. Juega a las cartas, riñe y discute -como todo hijo de vecino- con los demás; bien de futbol, bien de las sinrazones de lo cotidiano. Pero su papel es fundamental para la buena y justa convivencia de todos los vecinos y en verano, habitantes del pueblo.

Su labor es principalmente la de apaciguar los ánimos ante un calentón, porque se ha levantado una medianía sin respetar uno, la línea del otro.

O porque “fulano me ha dado una segada con la máquina en mi tierra, cuando la tengo bien marcada con el mojón”

Su despacho, casi siempre compartido en la casa consistorial, no tiene el lujo de los letrados de la capital, ni maderas nobles, ni lamparita encima de la mesa. Su archivo, lo conforman dos o tres carpetas en las que se registran los movimientos demográficos de la localidad, nacimientos, bodas y defunciones. Ni auxiliar que le vaya escribiendo sus decisiones.

Casi siempre sus sentencias son selladas con un apretón de manos por parte de los dos –simpretengolarazón-, al principio energúmenos, que poco a poco se van convirtiendo en mansos gatitos, al oír la magistral clase de raciocinio y lógica justicia que imparte como si lo hubiese hecho toda la vida, nuestro protagonista.

Nunca sabremos la de dinero que nos ahorramos en los pueblos, gracias a él. El Juez de Paz, que evita en la mayoría de los casos, embadurnarnos en costosas minutas de elegantes y pomposos abogados, que conducen grandes automóviles y tienen unos despachos cubiertos de maderas nobles, con secretarias por doquier y una lámpara (casi siempre con tulipa verde), en su descomunal y barnizada mesa de madera maciza.

Claro que todo eso se paga a razón de dos mil duros, solamente por entrar; ya no te digo nada si entras en harina.

Con un café en casa de Ursi o del Chule, ya le pagaremos la conciliación a nuestro querido Señor Sixto. Nuestro Juez de Paz.


Moisés Busnadiego.