jueves, 9 de octubre de 2008

SESIÓN CONTÍNUA

Segunda, deme una de pipas y un vaso de gaseosa. Yo quiero una mirinda de naranja y una de pipas de calabaza; así uno tras otro los chavales piden en la barra del bar de la Señá Segunda. Hoy toca cine, ponen “Ha llegado un ángel” de Marisol, una niña actriz rubia con un encanto y una voz prodigiosa, como reza el cartel hecho a mano por los itinerantes Hermanos Cano de San Pedro de Latarce, ellos son los llevadores de sueños, historias e ilusiones de muchos de los que nos sentamos en el salón preparado por Arsenio, Carmina y a veces Blás. Veintisiete ayuda a su madre en la barra con el Señor Tomás, que es el relaciones públicas del negocio familiar.

 

Poco a poco se van llenado todas las localidades de los bancos de madera alineados enfrente de una pared blanca con una franja azul, que hace de frontera entre la realidad de este pueblo terracampiño y la ficción del cine, que nos muestra otras costumbres, gentes.

El Señor Cano el operador de cámara, prepara la cinta, enlatada en una fiambrera de chapa atada con un cordel en cruz, que dice que le acaba de llegar de Valladolid en el coche de línea. Él enhebra en los patines, tensores objetivos y demás elementos del proyector, que está subido en una mesa sobre otra para alcanzar la altura del ventanuco.

Dá una voz y Arsenio se sube al estrado donde está el organillo del baile y apaga la luz, empiezan la voces y silbidos, pero el chorro de luz blanca parpadeante que sale como un abanico del butrón cuadrado que separa la sala de máquina del salón, hace que todos nos callemos para comenzar a disfrutar de la película de esta semana. Comienza con el NODO Noticiario Documentales cinematográficos, un pequeño documental de obligado pase en las salas de cine que difunde los valores del régimen y exalta la figura del General Franco; esta semana la inauguración de un parador, que ha llevado al Ministro de Información y Turismo, Sr. Fraga Iribarne hasta tierras de Extremadura. A continuación Marisol comienza a cantar “Ola, ola ola no vengas sola, ola ola olá ven con mi amor”

 

Todos los sábados del verano tenemos una cita en el gran cine Alegría, los mayores se ponen en la parte de atrás del salón, que según nos dicen ellos está la fila de los mancos, no sé que será eso, pero yo, manco manco, no veo a ninguno de los que allí se sientan. El señor Antonio que es hermano de la Señora Segunda, ese sí que es manco, y no se sienta allí, pero bueno por si acaso me quedo en el banco de la fila 7, que se ve de maravilla la peli, además estamos los de siempre con las chicas de la panda, Mari Carmen, Nieves, Cris, Ester y Soraya.

 

Cuando acaba la peli, unos nos vamos de paseo hasta el puente o hasta los cuatro árboles, otras veces acompañamos a las chicas hasta casa.

 

La semana que viene ya han puesto el cartel de la que van a poner, es “Los tres mosqueteros” una de espadachines. También está bien ver de estas porque es diferente a las de Marisol, Joselito.

BLANCA Y ENTERA

Margarita, Chata, Luna son los nombres de algunas de las vacas que hay en la cuadra del señor Prudencio. Tiene unas veinte. Todas las mañanas las saca a comer a la orilla del rio, unos días a unas y al otro al resto y se atreven a beber al lado del puente, a veces pienso cómo no las vencerá el peso y se caerán al Sequillo.

Las lleva en hilera de a una, marcando ellas el camino con alguno de sus “regalitos”, para no olvidar el camino a casa. Después de un buen rato, las llama y ellas como si tuvieran entendederas, se colocan de nuevo en fila india y hacia casa, solamente tiene que dar una voz a Perla, la más joven, que parece que hoy no quiere volver.

A la entrada a la cuadra, cada una sabe su sitio, es increíble lo inteligentes que son estos animales, Rosa Mari, solamente tiene que abrir el portón y ellas solas van hacia su comedero.

Algunos días se las peina y el Señor Ramón, que también tiene otra cuadra, las habla y todo, ¡parece que le entienden! Ellas en agradecimiento le “pegan” un lametazo y le mugen.

Después con un taburete bajo, un caldero de zinc, y las manos llega el mejor momento, el ordeño. Me encanta ver la maestría con la que el vaquero, lava las ubres, las acaricia un poquito y empieza a salir la leche. En un alternado ritmo de tirón sale el chorrito de cada una de las tetas, que acompañado de un parecido ritmo sonoro llena el caldero, que después, Ata lleva a un cántaro de aluminio.

Cuando acaba el ordeño, empieza la limpieza de la cuadra y echarlas de comer y ponerlas la cama de paja; a eso me apunto yo. Con una pala, se raspa el suelo de la cuadra, y se echa a un carretillo, después a un montón y una vez al mes, continua la cadena vital de la naturaleza, aquello que las vacas desechan vuelve a la tierra, como abono.

A eso de las siete, se abre el despacho a los del pueblo; dos para mi, dice Virila, a mi medio dice Amalia y Jacinta dice que litro y medio porque vienen sus nietos este fin de semana y lo que más le gusta a Teo es la nata con pan y azúcar.

Jamás volveremos a beber leche tan sana y natural como esta. Conocemos al vaquero, donde y qué comen y beben las vacas. Porque la leche viene de las vacas, no del TetraBrik.

¡A LA PLAYA!

Agosto, el mes en nuestros pueblos de descanso, para los lugareños por el fin de los sufridos trabajos del campo, cosecha, empacado, acarreo…

 

Y para los forasteros; esos que están en el norte buscando mejor fortuna y porvenir, los de Madrid, los de Valladolid.

Hijos e hijas del Pueblo, ansiosos de descansar de su urbanita vida y del estrés de los trabajos en la capital. Paseos con el sol de poniente, Tertulias anochecidas, pipas en la plaza; sin prisa, hasta las tantas.

 

Muchas novedades este año, se ha ido Felipe… para siempre. ¡Qué mal lo hace el nuevo Alcalde! Y así van pasando los días, las noches,

 

Pero las tardes, esas tardes de Agosto, a la playa; a la vera del Sequillo.

Una hilera de gente a pié, otros en bici y algunos en molestas motos, todos al rio. Chiquillada y adultos, Padres e hijos. Todos.

Entonces no había piscinas, ni apartamentos en la costa, pero teníamos al sequillo, esa grieta en medio del campo, una grieta llena de agua que calmaba el sofocante calor y a sus orillas, una especie de arena mezclada con cactus, espinas, piedras, puros y espigas.

 

Al lado del caño, subiendo la parva, esta la playa… nuestra playa. No falta de nada, cartas, cubos y palas, radio-casete, toallas, chanclas, nevera.

Es la mejor, aunque los más mozos con ellas, se atreven a burlar a sus padres marchando dirección a las bodegas, en esa playa no hay mucha arena, ¡ni falta que les hace!

 

Los pequeños nos zambullimos con miedo a las pozas, porque “tragan” a los rebeldes y guerreros o eso nos dicen, par que no vayamos muy al centro.

 

Gallinas ciegas, patos, nadan a nuestro lado, hasta culebras y serpientes, pero mi tío Fidel las saca agarrándolas por la cabeza y nos las tira a la orilla para que las matemos a cantazos entre todos. ¡Haber quien la da en la cabeza!

 

Otros días vamos solo los chicos con las chicas, en bici. Allí se definen las parejas para la fiesta del Turista, yo voy a por Mila, Chema a por Encarna y Alfredo a por Mari Carmen; así todos, luego no vale para nada, pero claro, son cosas de chiquillos.

Carlos, el de Madrid, ese sí que siempre se va con la que quiere, ¡claro! que chulo es, sabe tirarse de cabeza y “a bomba”. Y a “estas” como se las cae la baba ¡tontas!

 

Sol y viento árido de Castilla en la piel, sin protectores solares de ahora, rojo cangrejo para unos, ampollas en los pies para otros. Tierra, que no arena en el bañador y cansancio era lo que llevábamos después de la tarde de playa. Llegamos a casa con un feroz hambre, merienda-cena, y a jugar a la plaza. Rescate, bomba, el bote, esconderite, la comba; esto es otra cosa que otro día os cuento.

QUIOSCO

La campanilla tintinea según abres la puerta, de repente un olor, que no he vuelto a disfrutar, me dice que estoy, aunque tuviera los ojos vendados, en la tienda de la Señora Carmen.

Hay de todo; detergentes, lejía el conejo, jabón del lagarto, papel del elefante (que aspereza… pero no hay otro),hilos, botones, picos de champú, embutidos, pastas.

En aquella tienda había de todo, hasta ultramarinos como rezaba algún cartel.

Me gustaba hacer los recados a mi abuela, porque me daba las vueltas, para que gastara, yo me pedía pastillas de leche de burra… ¡que ricas! menos en verano, que la Señora Carmen, hacía unos helados, en el congelador de su casa, de varios sabores, cola, naranja y hasta de leche, que yo chuperreteaba camino de casa hasta decolorar el cubito y lograr la transparencia. Eran cubitos de hielo con un palillo de los dientes en el medio.

¿Quién no recuerda los atracos a la tendera? Solía ser el Domingo, después de misa mayor; que era el día que nos daban la paga, pues si no ibas a misa, ¡que concho!, ibas a misa y punto; pues bien, te daban la paga, 5 pesetas más o menos y ya estabas tardando en ir a casa de la Señora Carmen. Allí estábamos la panda el moco, intentando, y ahora confieso, logrando robar algunas chucherías. El “modus operandi” era el siguiente; entraba el gran grupo (tres o cuatro mozalbetes) que entretenían a la tendera, en preguntas del otro extremo del mostrador, que si ¿Cuánto cuesta este champú?, Señora Carmen… ¿tiene unos cordones para estos zapatos?, mientras el pícaro ladronzuelo, al otro extremos del mostrador, se llenaba el bolso con algunas de las golosinas que había entonces, ruletas de regaliz rojo, pintalabios, chicles de rueda, caramelos, y de repente ¡todos a correr!, la buena Señora se llenaba de genio y se acordaba de nuestros padres, abuelos, y demás parentelas. Cesar, Alfredín, Carlos, Javi, Adrián, David… ¡Vaya cuadrilla!

Allá donde esté Carmen, perdónenos, pues no era con la intención del robo; sino de aquellas trastadas infantiles sin malicia ninguna, y que sospecho usted consentía, para hacer que fuéramos un poco “vivos” para el mundo al que años después nos tendríamos que enfrentar; si así fue, 

MOLINO

Otro día amanece en Torozos. El agudo grito de las golondrinas me hacen despertar en la alcoba del caserón del viejo molino, a cuya piquera se asoman estos maleducados y frágiles vertebrados en busca quizá del resto de lo que algún día fue su mayor fuente de reservas de alimento. Viendo la escena desde el ventanal de la habitación, pienso… es imposible, estos pajarracos no han conocido este molino en su plenitud, cuando los paisanos arrimaban sus carros con el grano para que el Señor Octaviano, repasara la piedra al fruto bendito de la tierra y del esfuerzo y lo convertiría en harina para cocer esos riquísimos panes, que aunque fueran de los de comer diez días después, sabían a gloria bendita. ¡Vaya canteros! Acacio, el panadero ese sí que tenía arte en la cocción.

Que hará a estos voladores, volver año tras año a este lugar; quizá el recuerdo pasado genéticamente por sus padres, y que como tradición a sangre y fuego, les obliga a visitar el lugar que algún día sació la hambruna a sus antecesores.

Quien está en el molino,  muele; el que no, va y viene. ¡Qué gracia! Y que sabio es el populacho, con este dicho, se explica la regla de oro de lo que ahora conocemos como coger la vez. Antaño, y no hace muchos años, la solución a las colas en los molinos era este dicho, que todos conocían. Si no estabas a la hora de tu turno, éste corría al siguiente en la puerta.

Pasábamos el día entero en el molino… mi padre me levantaba temprano, para ser de los primeros en estar en la puerta. Después comenzaban a llegar  otros, pero a mi padre no le quitaba la vez nadie; solamente era cuestión de madrugar media hora más que el resto de los días. Cuando quería aparecer el señor Octaviano, ya tenía un grupo de clientes que le recibían con bromas referentes a secretos de alcoba, desconocidos entonces para mí, pero que ahora, entiendo al molinero, que prefiriera, estar con la molinera que aguantar a los paisanos en la friccionante tarea de crear paniza.

Me encantaba atar los sacos, y apilarlos como si de soldados en formación se tratasen, todos alineados, casi iguales en la talla, parecidos en el peso. Pero lo mejor estaba por llegar.

A eso de las once era la hora del almuerzo, torreznos, chorizos, tocino, jamón y cómo no, la bota de vino que corría de mano en mano como si de una falsa moneda se tratara. Aquellos, Severino, Graciliano, el señor Octaviano y Valeriano, me enseñaron los secretos de atinar el chorro del líquido elemento que desprendía el trozo de piel seca, incansable en todas las faenas del campo. Creo que ese día cogí una chispa, pero no por la cantidad bebida; sino por el ambiente de adultos que viví. ¿Por qué será que de peques nos han llamado siempre la atención, los chascarrillos, tertulias y corrillos de los mayores? Que si la mujer del pastor ese que vino de otro pueblo y puso un quiosco, que si la hija de Marina, que marchó a Barcelona y ahora está muy bien situada. Todos los comentarios, siempre acababan en comentarios lúbricos. Me encantaba.

La carga de mis soldados, ese era para mí el mejor momento, mi padre reculaba el remolque hasta la puerta donde terminaba su línea la cinta transportadora, que el Sr. Octaviano arrancaba en un interruptor de cuchillas, al que nunca me atreví accionar, pues pensaba que era un arma del demonio, al ver los cobres descubiertos, con un color azulado, y restos de un chispeante contacto. No sabía que el trozo de madera, era el salvoconducto a una muerte por electrocución.

 

Cogía la carretilla en forma de ele, casi era tan alta como yo, enormes ruedas de madera, y un eje que chirriaba al rozar por las orejetas del tubo de su estructura, que seguro había reparado mil y una vez el molinero, pues tenía remiendos por todos lados. ¡Qué le hubiera costado llevársele una tarde al Señor Vidal, el herrero, seguro se lo quedaba como los chorros del oro!

Pues bien, uno a uno, iba cargando los soldados en la cinta y allí estaba mi padre, asegurando su colocación encima del remolque para que hubiera sitio para todos en aquel remolque. A veces me gritaba mi padre diciéndome que no corriera tanto. Y es que, como cunde el molino, parece que de un remolque rasado de grano, te llevas más de lo que traes, pues la carga remonta por encima de las cartolas, pero no, te llevas lo mismo; ni para ti ni para mi, aunque todos le hacían bromas al señor Octaviano, de que la piara de cerdos que tenia, los criaba con lo que barría.

Después volvíamos a casa que aún quedaba trabajo, descargando los sacos colocándolos en la nave de los marranos, para después echar el contenido para que comieran los gochos.