jueves, 9 de octubre de 2008

QUIOSCO

La campanilla tintinea según abres la puerta, de repente un olor, que no he vuelto a disfrutar, me dice que estoy, aunque tuviera los ojos vendados, en la tienda de la Señora Carmen.

Hay de todo; detergentes, lejía el conejo, jabón del lagarto, papel del elefante (que aspereza… pero no hay otro),hilos, botones, picos de champú, embutidos, pastas.

En aquella tienda había de todo, hasta ultramarinos como rezaba algún cartel.

Me gustaba hacer los recados a mi abuela, porque me daba las vueltas, para que gastara, yo me pedía pastillas de leche de burra… ¡que ricas! menos en verano, que la Señora Carmen, hacía unos helados, en el congelador de su casa, de varios sabores, cola, naranja y hasta de leche, que yo chuperreteaba camino de casa hasta decolorar el cubito y lograr la transparencia. Eran cubitos de hielo con un palillo de los dientes en el medio.

¿Quién no recuerda los atracos a la tendera? Solía ser el Domingo, después de misa mayor; que era el día que nos daban la paga, pues si no ibas a misa, ¡que concho!, ibas a misa y punto; pues bien, te daban la paga, 5 pesetas más o menos y ya estabas tardando en ir a casa de la Señora Carmen. Allí estábamos la panda el moco, intentando, y ahora confieso, logrando robar algunas chucherías. El “modus operandi” era el siguiente; entraba el gran grupo (tres o cuatro mozalbetes) que entretenían a la tendera, en preguntas del otro extremo del mostrador, que si ¿Cuánto cuesta este champú?, Señora Carmen… ¿tiene unos cordones para estos zapatos?, mientras el pícaro ladronzuelo, al otro extremos del mostrador, se llenaba el bolso con algunas de las golosinas que había entonces, ruletas de regaliz rojo, pintalabios, chicles de rueda, caramelos, y de repente ¡todos a correr!, la buena Señora se llenaba de genio y se acordaba de nuestros padres, abuelos, y demás parentelas. Cesar, Alfredín, Carlos, Javi, Adrián, David… ¡Vaya cuadrilla!

Allá donde esté Carmen, perdónenos, pues no era con la intención del robo; sino de aquellas trastadas infantiles sin malicia ninguna, y que sospecho usted consentía, para hacer que fuéramos un poco “vivos” para el mundo al que años después nos tendríamos que enfrentar; si así fue, 

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