Agosto, el mes en nuestros pueblos de descanso, para los lugareños por el fin de los sufridos trabajos del campo, cosecha, empacado, acarreo…
Y para los forasteros; esos que están en el norte buscando mejor fortuna y porvenir, los de Madrid, los de Valladolid.
Hijos e hijas del Pueblo, ansiosos de descansar de su urbanita vida y del estrés de los trabajos en la capital. Paseos con el sol de poniente, Tertulias anochecidas, pipas en la plaza; sin prisa, hasta las tantas.
Muchas novedades este año, se ha ido Felipe… para siempre. ¡Qué mal lo hace el nuevo Alcalde! Y así van pasando los días, las noches,
Pero las tardes, esas tardes de Agosto, a la playa; a la vera del Sequillo.
Una hilera de gente a pié, otros en bici y algunos en molestas motos, todos al rio. Chiquillada y adultos, Padres e hijos. Todos.
Entonces no había piscinas, ni apartamentos en la costa, pero teníamos al sequillo, esa grieta en medio del campo, una grieta llena de agua que calmaba el sofocante calor y a sus orillas, una especie de arena mezclada con cactus, espinas, piedras, puros y espigas.
Al lado del caño, subiendo la parva, esta la playa… nuestra playa. No falta de nada, cartas, cubos y palas, radio-casete, toallas, chanclas, nevera.
Es la mejor, aunque los más mozos con ellas, se atreven a burlar a sus padres marchando dirección a las bodegas, en esa playa no hay mucha arena, ¡ni falta que les hace!
Los pequeños nos zambullimos con miedo a las pozas, porque “tragan” a los rebeldes y guerreros o eso nos dicen, par que no vayamos muy al centro.
Gallinas ciegas, patos, nadan a nuestro lado, hasta culebras y serpientes, pero mi tío Fidel las saca agarrándolas por la cabeza y nos las tira a la orilla para que las matemos a cantazos entre todos. ¡Haber quien la da en la cabeza!
Otros días vamos solo los chicos con las chicas, en bici. Allí se definen las parejas para la fiesta del Turista, yo voy a por Mila, Chema a por Encarna y Alfredo a por Mari Carmen; así todos, luego no vale para nada, pero claro, son cosas de chiquillos.
Carlos, el de Madrid, ese sí que siempre se va con la que quiere, ¡claro! que chulo es, sabe tirarse de cabeza y “a bomba”. Y a “estas” como se las cae la baba ¡tontas!
Sol y viento árido de Castilla en la piel, sin protectores solares de ahora, rojo cangrejo para unos, ampollas en los pies para otros. Tierra, que no arena en el bañador y cansancio era lo que llevábamos después de la tarde de playa. Llegamos a casa con un feroz hambre, merienda-cena, y a jugar a la plaza. Rescate, bomba, el bote, esconderite, la comba; esto es otra cosa que otro día os cuento.
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