Aún tiene su importancia. Como siempre. Ahora es bien diferente la labor; ya eso de trabajar de sol a sol, se acabó, gracias a Dios… Y por suerte para los que permanecen en este oficio ancestral.
Las labores que antes se hacían con mulas y bueyes, hoy se realizan con potentes tractores y sus correspondientes aperos. ¡Parecen coches por el confort que tienen! El aire acondicionado, es sin duda de lo mejor…
Cuanto daría mi abuelo, por un soplo de aire fresco a media jornada de trillar, cuando dejaba la parva “al gallego”. Voltear, recoger, aventar, barrer, llenar costales de noventa kilos y cargar con ellos hasta la panera, al trotecillo marranero.
Todas las artes del agricultor han mudado a sistemas cómodos, rápidos y mucho más productivos que aquellos que conocimos de niños.
¿Recuerdan? Vaya veranos… Hasta Noviembre, sin parar. Un día tras otro… y así hasta que se metía el grano en la panera.
Arar, abonar (con NITRATO DE CHILE, como rezaba un cartel que hasta hace poco estaba en el Molino de las Cuatro Rayas). Después sembrar; a mano, al voleo, sacando el grano del costal bajo el brazo izquierdo, con la mano derecha, limpiar, segar, trillar, acarrear…
¡Uf! Me agoto hoy pensando cómo se podía trabajar tanto.
Colocar los arados a las mulas y ¡ale!, camino al campo. Si tenían una sombra, pues bien, pero si no… solana al canto.
Entre aquellos días de guadaña, criba, hoz, rastrillo y las modernas máquinas sembradoras, cosechadoras y demás, permanece en mi recuerdo la aventadora.
A mí ya me parecían obra de un genio, por la cantidad de “cosas” que hacía.
Segar a mano, con el riñón doblado… Quizá de ahí viene lo encorvados que están muchos de nuestros ancianos. Tantos meses, durante tantos años…
¿Y a cambio?... Mejor ni lo cuento: todos lo sabemos, muchos lo callaron.
Labraron además de la tierra, la vida de los venideros… Motivaron a los jóvenes a dejar las faenas campestres por trabajos en la capital, mejor remunerados, menos sacrificados.
Muchos de aquellos jóvenes entraron en factorías industriales. Como venían de saber lo que era el campo, aquello de trabajar ocho horas, cinco días, descansando sábado y domingo, era un lujo.
Y un mes de vacaciones, ¡y pagadas!, al año…
Moisés Busnadiego.
miércoles, 9 de diciembre de 2009
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