AGOSTO.
Otro verano de calor asfixiante en el pueblo. Cañitas, para los mocitos, refrescos para los peques y agua, mucha agua para sofocar la sed.
Tinto de verano con hielo para ellas y porroncito de cerveza en las tertulias nocturnas a la puerta, aprovechando la brisilla. Por la noche es cuando se puede vivir.
Estas tertulias son la mejor terapia para el espíritu, pues nos hacen, siempre, recordar los buenos momentos, los no tan buenos ratos y el recuerdo por aquellos que han dejado huella en nuestras vitales existencias.
En las nuestras, en el barrio del barrero, hablamos de cómo trabajábamos, incluso de niños, ayudando, un año a uno, y al otro a otro de los tíos de Bilbao a hacerse la casa del pueblo. Aquí trabajábamos todos, la mayoría de peones; preparando la masa; otro transportando los ladrillos y el carretillo lleno de cemento para que al papa o el tío que eran los “oficiales arbañiles” no les faltara material para levantar tabiques, muros o colocar las ventanas y las puertas.
Otro de los tío, era el encargado de la electricidad y siempre había que contratar (por horas) al verdadero albañil del pueblo o de san Pedro, para que organizara todo aquello o por lo menos, sirviera de coordinador de oficios y por supuesto, era él quien se encargaba de la fontanería, pues las distancias de los desagües, tomas de agua, pues colocar bien el fría y el caliente, era casi, casi, un secreto de los Dioses.
A media mañana, los “torresnos” y el porrón o la bota y el botijo para los peques. Continuábamos dos o tres horas y tocaban fiesta, para los niños, pues los padres por la tarde, seguían la faena. Bueno, que los niños tampoco hacíamos mucho, pero una ayuda es una ayuda.
Otra de las historias que siempre salen a relucir, son las trastadas de chavales, o no tan chavales, que si fuera ahora, nos caería una denuncia por cualquier tipo de delito por lo criminal. ¡Cómo han cambiado las cosas!
Que si lo de ir a por pelotas al juego pelota y saltábamos al patio del cura; Que si lo del fraile dentro de un barril en la puerta de la iglesia; Que si lo del poner los tiestos en la carretera a las vecinas; Que si lo de mover el remolque de la orquesta; Que si lo de la güija en el gallinero de la casa de Rosarito. Un montón de historias que casi todos los años son repetidas por unos y por otros, haciéndonos a veces protagonistas, aunque en realidad fuéramos actores secundarios o figurantes, pero lo importante es hacer permanecer en la memoria de los –pocos- jóvenes que se sientan con nosotros a escuchar estas historias. De esta manera se escribe la historia de los pueblos, los rumores, las famas de unas familias o de otras, los apodos o motes de unas familias y otras. Viejas leyendas e historias de nuestro pueblo y de sus gentes.
Esto creo que no tenga que aconsejarles a ustedes, pues de una manera u otra, siempre se recuerdan estas cosas, pero… anden, confieses, esa trastada o gamberrada casi de película, cuéntenla a sus hijos o nietos. Cuando alguno de los amiguitos, en la plaza o en el paseo a los cuatro árboles o al convento cuente la misma, por ejemplo la de la güija en el gallinero de la casa de Rosarito, se generará la disputa de:
- Fue mi padre.
- No, que el mío me ha dicho que fue él.
Y en realidad, quien movía el vaso sobre la tabla fue… una mujer.
Así es, cuenten, cuenten, sorpréndales para que saquen pecho y no crean que su padre o su abuelo hayan sido tan buenos como parece.
¡Feliz verano! Y por favor, cuidado con la carretera.
Moisés Busnadiego.
viernes, 6 de agosto de 2010
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